Nosotros, las enfermeras, prácticamente no tenemos poder. Al menos no de facto. Ni político, ni económico, ni estructural, ni participativo. No somos un grupo capaz de presionar sobre ningún mercado. Ni siquiera tenemos voz en las decisiones que se toman sobre salud pública y política sanitaria. Y es que somos tan sumisas como imprescindibles para la humanidad. Nuestra importancia se esconde en forma de falsa humildad. Nuestra generosidad se camufla mostrándose como abnegación. Nuestro valor es innegable, aunque nos acompañe la necesidad de tener que demostrarlo a cada paso.

Me siento muy orgulloso de cuidar entre la ciencia y la conciencia. Ese es mi arte, pasión, oficio, profesión y servicio a los demás. Cuidamos heridas, procesos, personas, familias, barrios, ciudades, regiones, países, continentes y planetas. Tenemos esa “conciencia del fuego”, que dice Alberdi en su discurso de investidura como Doctora Honoris Causa en la Universidad Murcia, y “lo que distinguirá a las enfermeras del siglo XXI será el orgullo de cuidar”. Estamos entre la ciencia y la conciencia, como dice el modelo de Amezcúa. La mente se abre siempre escuchando experiencias de enfermeras sabias.

Más allá de la práctica profesional y de los reglamentos oficiales. Miro y pienso más allá de las teorías que delimitan lo que somos. Cuidamos personas y asistimos enfermos. Formamos alumnos y enseñamos a estudiantes. Gestionamos casos, servicios y establecimientos. Investigamos sobre salud, creamos conocimiento sobre cuidados y lo compartimos. Siempre aprendemos y nunca dejamos de sumar. Todo eso nos lleva hasta otras dimensiones, como son la del cuidado de lo social y nuestra responsabilidad cultural.

Bienestar económico y social. Dice el Consejo Internacional de Enfermeras que ese es su tercer pilar, junto a la práctica y la regulación. Tal vez nuestro futuro pasa por aprovechar la globalización para tejer redes. Tal vez vamos a usar esa gran interconexión para generar influencia. Tal vez nos toca ser referentes sociales más humanistas y conscientes. Tal vez sea hora de cultivar nuestra faceta salubrista para promover la salud generando más salud desde la salud. Tal vez empezamos a participar en la cultura para fomentar nuevas ideas, costumbres y valores. Ya estamos generando bienestar usando el arte como una expresión de la vida que hay en cada persona. Ya hablamos de educar en salud mirando hacia lo sociocultural. Ya generamos corrientes de pensamiento que ayudan a las personas.

Cultura y contracultura enfermera. Los cuidados en el S. XXI tienen un futuro muy oscuro, que está al otro lado de la Fuerza visible. Somos capaces de transformar la sociedad. Generamos bienestar y procuramos salud mirando más allá de lo asistencial. Ese es nuestro gran poder profesional. Tan solo hay que cultivarlo y aprender a pensar. Por eso y para eso estamos tejiendo redes. Para sumar y multiplicar. Porque es cuidando la salud pública donde veo la esencia de nuestro servicio a la humanidad.