Siempre que trato de escribir (o pensar) sobre un tema, tengo la necesidad súbita, casi vital,  de encontrar una canción o una historia en el cine. Hablar del cuidado hace esta necesidad todavía más consistente, porque la integralidad del concepto te provoca infinitud de melodías y de escenas. Hablar de futuro, de horizonte y de entornos tecnológicos, me ha llevado de inmediato a uno de mis actores favoritos. Robin Williams era un hombre extraño, pero tenía una particularidad, y es que daba igual qué personaje interpretara, que la intensidad le salía por los poros. Incluso cuando no era humano.

Hay dos películas, dos clásicos del cine, que representan las bondades del cuidado. Con su esencia, con su abordaje emocional, con su soporte científico, con las relaciones humanas como fundamento y con su marco de prioridades. Una, como no, es Patch Adams. Ésta es una historia que bien podría haber sido contada tanto por un médico, como por una enfermera, como por otro profesional convencido de lo esencial. La magia es que traduce un equilibrio en las relaciones, en lo diversamente social (o viceversa).  Y no es que nos deje en muy buen papel (sobre todo en esta escena en la que nos asemeja más a ángeles cuidadoras que a profesionales con juicio clínico), pero en su intento de transmitir lo que es realmente dar marco a un entorno de salud, destaca con palabras mágicas la auténtica dignidad de lo que somos y queremos dar.

“Si se trata una enfermedad, se gana o se pierde, si se trata a una persona, puedo garantizarles que siempre se gana”

La otra película es El hombre bicentenario. Una historia imprescindible, de una sensibilidad extrema. Es una historia en la que un robot, tras una vida de intenso aprendizaje, desea morir con dignidad. Últimamente oímos hablar mucho de la robótica y el entorno de salud, y de un necesario equilibrio entre lo humano y lo artificial en el cuidado y la atención. Reconozco que más allá de lo creativo y emocional de películas como ésta o A.I., tengo mis dudas (y mis miedos) sobre el lugar que debe ocupar ese fuga de pasiones desde lo más profundo de un algoritmo, que por mucho que se retroalimente, jamás llegará a ser humano. La necesaria convivencia con las tecnologías, cada vez más complejas,  debe obligar a plantearnos hasta qué punto debemos volcar nuestra confianza en procesos y aparatos de última generación, o si llegará un momento en que la caricia de un producto puede ser más tierna que nuestro propio tacto. Quizás el mantra de la humanización pierda el sentido del concepto en sí mismo, si posibilitamos por comodidad, por economía o por hartazgo, el paso a un futuro en el que soñemos con ovejas eléctricas.

“Quiero que me reconozcan como lo que soy, ni más, ni menos. No por fama, ni aprobación, sino por la simple verdad de ese reconocimiento”

Y sí, los cuidados en el siglo XXI abandonan la retaguardia, la revolución de la profesión ya ha llegado. Y no es sólo cuestión del avance científico y de la incorporación de una tecnología cada vez más consolidada y compleja para la atención y el cuidado. Es cuestión de buscar la armonía y el equilibrio profesional con otras disciplinas, de reconceptualizar lo que es equipo, de liderar espacios y aprovecharlos para el conjunto de la profesión. Se trata de remover y generar ósmosis con las nuevas y más veteranas generaciones. Se trata de considerar a la sociedad madura para mirarles a los ojos e invitarles a la participación. Y a la decisión.

El día de las enfermeras es uno de los más celebrados, porque el componente emocional siempre tiene una connotación importante. Por la lucha, por el rigor, por la necesidad de mejora, por el intercambio y por el futuro que está por llegar.

Feliz día

Ana Suárez Guerra

@anamarsu